EDWIN FRANCISCO XOL YALIBAT
Nací el 24 de abril de 1984 en Punta Brava, una aldea del municipio de Los Amates, en Izabal. Tengo tres hermanos; yo soy el tercero entre ellos. Mi mamá vive en Izabal con mis hermanos mayores; mi papá murió asesinado en 1992, cuando yo tenía ocho años; y mi hermano menor estudia el diversificado en un excelente colegio de la capital, gracias a una beca del Ministerio de Educación.
Desde que aprendí mis primeras letras me fascinó leer; recuerdo que mi profesor de la primaria me prestaba periódicos y libros para que desarrollara el hábito de la lectura. Explorando por las noches las páginas de los libros conocí, a los nueve o diez años, a grandes personajes como Napoleón Bonaparte, Gabriela Mistral o Abraham Lincoln; quienes me inspiraron y despertaron mi pasión por el tema de la educación y por la política. Un día, pensaba, seré como ellos.
Afortunadamente, cuando estudiaba el último año de la primaria, un grupo de norteamericanos, miembros de la Iglesia Anglicana de Estados Unidos, estaban otorgando becas parciales para estudiar el básico en el Instituto por Cooperativa de Mariscos, un lugar situado a unos veinte kilómetros de mi aldea. Obtuve una de esas becas y empecé mis estudios con la ayuda de la señora Carol Murphy; una persona excepcional que Dios puso en mi camino y quien ejercería un papel fundamental en el resto de mi vida.
En primero y segundo básicos obtuve excelentes notas, por lo que Carol estuvo dispuesta a trasladarme a un mejor colegio. Me trasladé al Colegio Mundo Juvenil de Morales, Izabal; donde estudié tercero básico y obtuve el grado de Bachiller en Computación. Durante los dos años del bachillerato también trabajé medio tiempo en el área administrativa de una venta de repuestos, ya que necesitaba dinero extra para pagarle los estudios a mi hermano menor. Fue muy difícil trabajar y estudiar, pero la experiencia que allí adquirí me ayudó a escoger la carrera que estudiaría en la universidad.
Siempre he acostumbrado planear mi futuro, así que para entonces ya tenía planeado lo que haría los años siguientes, una vez terminada la educación media. Mi idea era trabajar de lunes a viernes, en la misma venta de repuestos y estudiar los fines de semana en Puerto Barrios. Luego, con un título universitario y cierta experiencia laboral, me vendría a trabajar a la capital y empezaría a abrirme espacio en la política. Sin embargo, sucedió algo que cambió drásticamente mis planes. El día de mi graduación recibí el Galardón a la Excelencia, un reconocimiento que Industrias de la Riva otorga a estudiantes destacados; todo ello gracias a la directora de mi colegio que sin que yo lo supiera realizó las gestiones necesarias. Con el premio recibí información de varias becas en la capital. Con mucho entusiasmo y un poco de miedo, apliqué al Programa Impulso al Talento Académico (ITA) de la Universidad Francisco Marroquín, junto a estudiantes de distintos departamentos del país. Gracias a Dios, fui uno de los cinco seleccionados.
La experiencia en las aulas de la UFM ha sido impresionante y me ha abierto grandes oportunidades. En el 2005 realicé un intercambio de un semestre en la Pontificia Universidad Católica de Chile, una de las más prestigiosas en Latinoamérica. En septiembre de 2006 viajaré a París, Francia, a representar a mi país y a mi universidad en la competencia mundial de SIFE (Students in Free Enterprise), una organización estudiantil de la que soy miembro y que promueve la realización de proyectos sociales desde un enfoque de libre mercado.
En mayo pasado terminé mis cursos en la universidad. Ese mismo mes ingresé a trabajar a Empresarios por la Educación, una organización no lucrativa que realiza proyectos de gran impacto en el país. En cuatro o cinco años tengo planeado estudiar una maestría en políticas públicas en Chile y, después, un doctorado en la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Todo ello porque considero que nuestro país requiere políticos con mucho más que buenas intenciones.
Si algo aprendí durante estos años, y que considero más valioso que el conocimiento por sí solo, es a creer que con Dios todo es posible. Aprendí a valorarme; a no quejarme del potencial que no tengo, sino utilizar al máximo el que sí tengo. Sigo creyendo como un niño y soñando con la misma fe; no he permitido que nadie me contamine con pensamientos negativos o pesimistas. Sigo leyendo sobre los grandes hombres que cambiaron la historia; aquellos a quienes conocí a los nueve o diez años, explorando por las noches las páginas de los libros